sábado, 7 de agosto de 2010

Nuestra colina

- ¡¡Acompáñame a subir la colina!! - Gritaba Christian a Susana mientras ambos agitaban sus infantes piernecitas para subir la cumbre que llevaba a un esbelto limonero en la cima.
Una vez arriba, Christian decía "upa" y automáticamente Susy se encaramaba encima suyo para tantear en lo alto y arrancar un jugoso limón del árbol. Luego se sentaban juntos, tan juntos... Chris sacaba la navaja de su padre de la funda amarrada a su cinturón, luego cortaba el limón justo a la mitad y de su bolsillo sacaba una servilleta arrugada en cuyo interior había... sal. Espolvoreaban sal en sus mitades de limón y los lamían hasta que sus lenguas quedaban ásperas.
- ¿Por qué no intentas cortar tú el limón esta vez?
- Porque no me va a quedar tan bien como a ti - Respondía la dulce y femenina voz de Susana.
¿Y por qué no dejas de mirar sus ojos, Christian? decía una vocecita en la cabeza del niño. Los ojos de Susana eran dos perlas color celeste. Tan lindas. Tan puras. Tan hermosas que Christian no puede separar sus ojos de los de ella.
Siempre se acostaban en el pasto boca arriba y comentaban las formas de las nubes:
- ¡Mira ésa! ¡Tiene como forma de tortuga! - Gritaba emocionado el niño con su dedo índice elevado apuntando al cielo para que su compañera supiera a cuál nube se refería.
- ¡Ooooh! ¡Tienes razón! parece tortuga - Y abrazaba a Chris sin dejar de apuntar su nariz hacia el cielo, para seguir con el juego.
- Hum... ¿Ésa qué forma te parece que tiene? - Seguía el niño.
- Eeeeh... no sé - Seguido escondía su delicada cara en el pecho de su acompañante.
Semanas después:
- ¿Qué color te gusta más, Susy?
- El color de tus ojos.
- ¿Café oscuro? - En tono casi sarcástico.
- Exacto - Esbozó una sonrisa y besó la mejilla de Christian.
Eran días espectaculares para los dos niños, pero a menudo las respuestas de Susana desconcertaban a Christian. Algo en su interior le decía que no era todo como parecía ser. Así que un día, en lo agradable de la cima de su colina (porque eran las dos únicas almas humanas que subían hasta allí), Christian se sentó junto a su querida, buscó una canica y puso sus manos en la espalda, escondiendo la canica en la mano derecha.
- ¿En qué mano está?
- Yo qué sé - Respondió con una agradable curva en sus rosados labios. Christian muy lentamente puso los puños en frente suyo, dejó al descubierto sus palmas y la canica roja relucía aún en su mano derecha. Repitió:
- Ahora ¿En qué mano está?
- Eeeem... como eres zurdo yo diría que en la izquierda.
Ahí fue cuando Christian descubrió que Susana, su compañera desde hace años, era ciega.

Veinte años después ambos están felizmente casados. Susana es telefonista y Christian, pediatra. Tienen dos hijos sanos a los que aman y dedican su vida. El perfecto final feliz.