miércoles, 18 de enero de 2012

Un niño perdido, igual que un perro sin collar

En las calles húmedas, frías y resbalosas divaga Benjamín, que al igual que un perro faldero, un día, con sólo cinco años de edad, salió de su casa, cruzó el portón por primera vez sin agarrar la mano de su mamá y se sintió tan libre que caminó incansablemente, sin notar que las casas dejaban de ser amarillas, verdes y blancas, y comenzaban a ser azules, grises y negras. No se dio cuenta, que las personas que iban por las calles ya no eran alegres. No se fijó que todos llevaban un extraño bigote... Y así Benjamín se perdió.
Pero en la ciudad natal de Benjamín es tan sencillo tener hijos, que sus padres no se dieron cuenta de que ya había nacido un niño idéntico a su primogénito, pero como no estaban seguros de que fuera Benjamín, al "clon" le llamaron Antonio.
Nuestro niño tuvo que acostumbrarse a la vida en donde las casas eran azules, grises y negras. Convivía con unos organismos con aspecto de resorte que le sacaban una sonrisa cuando iban brincando sonoros, pero también con otros seres pequeñitos y cafés que se le metían en los pliegues de la piel, como axilas y entrepierna, y lo mordían hasta que Benjamín ya no podía más del sueño que le provocaban ciertas toxinas de los cafecitos, y caía rendido en alguna acera de la que llamaremos “ciudad brillante”, porque las amebas eran del porte de un perro y numerosas como las palomas, y fosforecían durante la noche en colores verde manzana, rojo brillante y azul eléctrico.
Benjamín además de sobrellevar su vivir con los cafecitos, que solo lo querían hacer dormir, tenía que luchar por cómo alimentarse. Así que robaba.
Se apoyaba en paredes de calles concurridas y cuando pasaba un “pez gordo”, persona que parecía tener buenos tejidos, le tomaba la mano y la desprendía del cuerpo de su víctima. La gracia de saber elegir al pez gordo, es que éstos no se dan ni cuenta cuando les falta una extremidad, ya que la regeneran en cosa de segundos, perfecta, igual a la anterior.
Luego de robar una mano, escapaba a un callejón y la observaba. Debía fijarse de que su alimento no estuviera sucio, con tatuajes o las uñas pintadas, ya que muchos químicos hacían que a Benjamín le crecieran ampollas violeta.
Por último, Benjamín fagocitaba la extremidad.
Los líquidos los adquiría de la misma mano o fácilmente los absorbía de la tierra, con sus pies ventosos.