lunes, 7 de marzo de 2011

En fila van los niños

¡Miren niños! ¡Ha llegado a la plaza de la rotonda vuestro queridísimo Señor Organillero!
Pero esta vez está más vistoso que los sábados anteriores. Lleva una espléndida chaqueta morada, unas botas con estampado de cebra y un sombrero de copa verde flúor con estampados de flores.
¿Querrá compensar que el sábado de la semana pasada no llegó con su organillo haciendo sonar tiernas y alegres canciones de cajas musicales? Desde que comenzó a frecuentar la plaza El Ojal, nunca se había ausentado a un sábado por la tarde. Dicen algunos adultos que tuvo un problema con la policía, aquellos adultos prohibieron a sus hijos que volvieran a jugar en la plaza, ni siquiera para usar el balancín o los columpios, pero... ¿Qué clase de problema podría causar el más simpático de los organilleros del mundo? Son calumnias las cosas malas que puedan decir acerca del Señor Organillero. Qué bueno que no mucha gente dé credibilidad a los falsos rumores.
Mientras con una mano da vueltas a la manivela de su organillo, con la otra sopla burbujas y llena la plaza de pompas de jabón de todos los colores imaginables. Los niños corren a reventarlas con sus deditos rechonchos, dando saltos y empujándose unos a otros. Pocos llevan dinero suficiente como para comprar una araña de hule o una botella de solución de burbujas. Los que no tienen la posibilidad se contentan con reventar las que hace el Señor Organillero.
¡Llegó la hora del desfile musical!
Comienza a sonar una musiquilla hipnotizante, y varios niños dejan de jugar y siguen al Señor Organillero, que caminando contra el viento hace que giren todos los molinos de papel brillante.
En fila van los niños girando y saltando al son de la canción propuesta por el músico. Se alejan de la plaza. No hay padres que puedan advertir que este señor esté alejando a sus hijos de la plaza. Hay total confianza en el lugar, pues son todos conocidos y de confianza.
Llega el Señor Organillero a su morada, aun con la hipnotizante musiquilla y muchos menores de edad a sus espaldas siguiéndole sin que éste les hubiera hablado en toda la tarde.
¡Qué frío hace en la casa del Señor Organillero! Abre la puerta metálica y ancha al fondo de su hogar y girando la manivela de su organillo con lentitud provoca que los niños, ya con los ojos desorbitados, entren a aquella habitación congelada en cuyo interior hay repisas donde se clasifica sin desorden las extremidades, órganos y sangre de otros niños que habían visitado su hogar algún sábado anterior.