domingo, 16 de diciembre de 2012

Los hijos no amados

Anmania salió una noche a caminar sola por el bosque. Era mal visto hacer eso, ya que solo las damas nocturnas andaban solas por allí. Pero Anmania no podía salir con su esposo Arsek y mucho menos con alguno de sus hijos Lertán o Berfoz, ya que iba seducida en sueño por Asmodeo, que la esperaba en la cúspide de la montaña.
Ella no era consiente de que cuando su cuerpo se hizo uno con el masculino, en realidad estaba poseída por el demonio de la lujuria, maquinando en su mente la imagen del hombre con quien se casó. Ella se dejaba llevar, dejaba que la brisa le desparramara el cabello largo de trigo y el vestido de seda de su difunta madre.

Tiempo después (que no podemos definir a causa de una desorientación en las Dominaciones del cielo), Anmania dio a luz a su tercer hijo, tan hermoso como un querubín, con los cabellos tan dorados y brillantes como los rayos del mismísimo Sol, y la piel tan suave y tersa como la porcelana más fina.
De inmediato Arsek sintió una profunda admiración a él. No dejaba que sus hermanos lo miraran siquiera, y con el tiempo Anmania y su esposo dejaron de ponerle por completo atención a Lertán y Berfoz, y concentraron sus cuidados en el pequeño Balban, el engaño de Anmania a su esposo.

Los dos hermanos tratando de buscar agua en el río, cayeron y se ahogaron. Sus espíritus fueron robados por Mefitófeles, y así una vez más el ejército de Satanás ganó puntos extra en contra Dios, por reclutar almas inocentes a su orgía de ánimas en sufrimiento.