miércoles, 12 de junio de 2013

A mi Negro

Ya no come, y apenas bebe agua. Todos dicen que quiere morir, pero sus ojos están tan abiertos. Lleva así días y la piel se le pega a los huesos, se le ha caído el pelo, se le han marchitado las orejas.
Se esconde bajo el gran sillón de la ropa, y cuando le voy a dar las buenas noches lo acaricio, me maúlla lastimero, como explicándome lo cansado que está por tener que vivir con sus pulmones llenos de líquido ponzoñoso y el cáncer a la sangre. Lloro un poco porque los dos sabemos que pronto deberá partir. Cuando me pone la patita delantera sobre la mano y me mira, se me rompe el corazón, los intestinos y hasta el hígado, porque por muy animal que sea, algo nos unía como a una madre su hijo.
En mi cama demasiado grande, sin mi peludo gato agonizante, sin ningún peso ni calor en los pies, no puedo decir que me quedé por fin dormida... mejor dicho, me desmayé de la pena.
Al día siguiente madrugué y me fui a la facultad, pero por estúpida, apurada y desgraciada, no subí a despedirme de mi gato.
Cuando regresé, éste se había ido a buscar la paz, y el término de sus dolores. Y no pude desearle buen viaje.
...Lo extraño.