domingo, 1 de mayo de 2011

¡CABÚM!

Explosión.
Un chisporroteo tal que hasta en la esquina de la cuadra su estruendo se oyó. Hasta más lejos llegó a sonar, pero nadie existía por ahí para que fuera recibido.
Un ultrasonido saliendo de las sienes de la chica que un mensaje en celular ajeno leyó, disgustó hasta la más remota conección de neuronas de su cerebro, la llenó de estúpidos temblores sin fundamento y la hizo botar al piso el plato de comida de su perro.
Deseó ella en aquel momento, no haber estado en sus días, ya que todo, éso lo empeoró. Pero más odioso era, haber estado ofuscada con el personaje remitente del mensaje de celular ajeno que leyó.
Explosión.
Tantas ondas expansivas de odio y decepción radiándola metros y metros, que de los árboles sus hojas cometieron suicidio.
Una fuerza sideral de enojo emanando de la cabeza de la chica, que semanas antes sorprendió al remitente del mensaje de celular ajeno que leyó, buscando a tientas bajo el velador no propio de él, sino que de ella, haciéndola sacarlo de ahí agarrándolo de una oreja, y gritándole una sarta de improperios bien merecidos, según la chica.
Pareció que allí en el pasado, superado habíase aquel acontecimiento, y olvidado tendría que quedar cualquier resquicio de cometer semejante atrocidad de nuevo.
Y... explosión, pues.
Tan fuerte, que morado el cielo se puso y se secó el pasto de su patio y el de todos sus vecinos.
Miles de ondulaciones eléctricas y piróforas escapando del cuerpo de la chica que luego corrió escaleras abajo, una sillita arrimó al refrigerador, y encaramándose para observar su superior superficie se enteró de que no divisó lo que buscaba.
Tuvo certeza de sus sospechas cuando Hugo, dueño del celular de donde la chica un mensaje leyó, salió a toda prisa por la puerta principal y se perdió en la lejanía del fin del pasaje, seguramente a encontrarse con el remitente del mensaje, Francisco.
Estaba todo más que claro para Ana. Sus hermanos menores se habían apropiado de su tesoro escondido.
Ya no tenía más que hacer, y encerróse en su cuarto, maldiciendo cada palabra del mensaje que decía: "Encontré los chocolates de Ana. Nos vemos en la plaza".