miércoles, 20 de junio de 2012

La conquista

Pese a que el día más noche parecía debido a la obscuridad que abundaba, ella salió de su casa con un bolso lleno de galletas. Ascendió por la gris calle empinada y llegó a la estación de tren. Mismo vagón, mismo conductor, misma joven, pero distinto paraguas. No negro, sino amarillo chillón. Distinto peinado también, porque el frío era tal, que si lo llevaba tomado, sus orejas se congelarían... Así que su melena larga y café enmarcaba su faz, desordenada, limpia y olorosa a vainilla. Será mejor apurar el tren. Cerró sus ojos y se prendieron los violines y las ecuaciones matemáticas, como el verde de las plantas y el dulce del algodón de azúcar.
En menos de cinco minutos, había dado la vuelta al planeta y bajó con la gracia de una bailarina en la otra dimensión, donde estaba él con un ramo de versos en una mano, y en la otra las notas musicales de la siguiente canción. El cielo de espejo reflejaba claramente a la humanidad, y ellos caminaban justamente bajo el sol, mientras los demás caminaban tristes en al penumbra.
Periódicamente aunque las nubes cubran el sol, vuelve. Puede pasar un largo invierno sin sol, pero el verano le sigue y siempre llegará a tiempo. Encima de eso, los inviernos son cada vez más cortos. Vamos de una vez a pintar de besos todo nuestros cuerpos. Y se fueron a saltitos alegres al templo del León, donde en su lecho las palabras más hermosas y los secretos más íntimos relucían como la Mona Lisa, aunque ya se las habían leído mil veces, como tontos. Libre, liebre, libro, libido, lienzo la piel de los amantes, del amor, de las flores, las nubes vírgenes y los lápices pasta de colores.
El himno de Inglaterra trucado y vociferando el cariño por todas las radios, los seres cansados de físico, pero con las mentes tan concentradas que llenaban la juguera de tres litros de la abuela sureña... ahí fue cuando descubrieron que no necesitaban las galletas para complementarse ni para ser felices, pero sí para iniciar la conquista.