Otra vez, como todos los años, recogió del suelo los zapatos que estaba arreglando y que sólo quedaron desarmados, retiró de bajo su cama los cuadernos con dibujos e historietas que ella había creado y que debía colorear, sacó de la librera los proyectos que pretendía regalarle a su novio, del escritorio limpió algunos trucos que había descubierto de sus videojuegos favoritos y todo, todo eso lo guardó en aquel pequeño baúl.
Así es como terminaban todos sus sueños, encerrados en un ataúd con cerradura, pero sin la llave. No sé ni por qué guardo todos los papeles, si en unos años más los descubriré, y ya todos apolillados los botaré a la basura.
En el fondo, ella no era otra cosa que los movimientos de ajedrez de la sociedad y el concepto erróneo de felicidad.